jueves, 29 de abril de 2010

Esperanza por Oly

Iba sentada en el metro. Tan normal que absolutamente nadie se fijaba en ella; unos 40 años de edad, pelo teñido -seguramente debido a las incipientes canas-, blusa holgada y pantalones de algodón y, entre sus manos, la Biblia.
Nunca había creído en nada de lo que predicaba la Iglesia Anglicana, a decir verdad tampoco ahora lo hacía.
Hacía unas semanas que, entre los artículos escolares de su hijo menor, había encontrado la Sagrada Escritura. Le llamó sumamente la atención, pues no tenía conocimiento alguno de que su hijo acudiera a clases de Religión. A pesar de su poca creencia en tales temas, sintió un asomo de esperanza que recayó sobre la vida de su pequeño como el milagro de la vida.
Como buena madre moderna, no comentó nada con el niño sobre su hallazgo. Decidió guardarselo para sí. Tampoco comentó nada con su marido o sus otros dos hijos, ni tan siquiera con su amante. Pero, aún no sabe por qué, no dejó el Libro en su sitio, sino que lo guardó consigo. Y, al día siguiente, cuando fue a trabajar se lo llevó consigo.
La cosa empezó solo por ojearlo, por si había algo escrito en Él. Pero nada.
Su hijo menor tampoco comentó nada a cerca de la desaparición de su Biblia, tal vez por vergüenza, tal vez por desconociemiento, tal vez porque le daba igual.
La mujer tomó como hábito el ojear un poco todas las mañanas, de la que iba al trabajo, un poco de ese Libro que le había dado tantísima esperanza sobre la vida de su niño.
Esa esperanza venía dada porque la mujer, desde el mismo instante que nació, supo que era un ángel. Y ahora su teoría se confirmaba. Ese hijo fue el que salvó su matrimonio; a pesar de no tener certeza de que fuera de su marido. Y, aunque parezca contradictorio, la unió aún más a ese hombre con el que desde hacía años compartía furtivas miradas. Alimentaba la teoría de que el ángel de su hijo pudiera disfrutar de una vida mejor, lejos de todo lo material que tanto daño nos hace, lejos de la hipocresía de esta enorme ciudad, lejos de los atentados, los disparos infundados a inmigrantes, la desconfianza de dar la hora a alguien por miedo a que te roben, lejos de la maldición de las nuevas tecnologías...
Ahora mismo una lágrima recorré su mejilla mientras lee el Evangelio de San Juan.
Exactamente tres minutos depués, se bajará del metro en la parada de Chancery Lane y desaparecerá de mis vista para siempre.
En todo el trayecto no crucé ni una palabra con ella, a penas si la miré entre las tinieblas de mi ajetreada vida. Pero solo por un instante en que ella levantó los ojos de la Biblia de su hijo pequeño, nuestras miradas se cruzaron y esta historia llegó a mí.

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